viernes, 19 de septiembre de 2008

Una roca en el monte


Esta casa de piedra y hormigón se levanta al pie del Cerro Uritorco con
la voluntad de ser un artefacto a través del cual contemplar el
espectáculo cambiante de la montaña.



Capilla del Monte -enclavada en el extremo noroeste de las Sierras
Chicas de Córdoba- reposa en su lecho de piedra y almohada de montaña.
Rodea y protege su placidez de villa serrana una suntuosa vestimenta de
quebrachales umbrosos y arquetípicos palmerales, de aguaribayes,
mistoles, piquillines, chilcas, tunales y espinosas sombras de toro. Un
río empedrado -el Calabalumba-, murmura entre cantos rodados sus
avatares exangües de sequía, o ruge con una inesperada creciente; el
perfume intenso de aromos, retamos y chañares funde su oro primaveral
con el azul perfecto del cielo, emergente del abrupto perfil del monte
Uritorco, el mítico Señor del Valle de Punilla.



Puntuando estas imágenes, marco del poblado cuadricentenario, yergue su
mole, en la cima de un monte, la Iglesia Parroquial, sustituyendo con
sus bloques de granito rosa a la Capilla de San Antonio del Monte del
siglo XVII, que dio nombre al lugar. Allí se abre un camino que busca
la ribera de roca y arena del río, donde aún se asoma, en sus morteros
de piedra, la etnia de los sanavirones. Un sendero se le desgaja
lateralmente ascendiendo a una cima -mirador de espléndida naturaleza
intocada-, donde emerge como una roca más en el monte, una casa cuyo
contundente volumen fue sabiamente esculpido por sus arquitectos con
una creatividad que supo ver y oír las formas implícitas en la materia
natural.


Aparece como un largo peñasco de hormigón ciclópeo en la superficie de
un mar vegetal -xerófilo y verde-, recortando su nítida geometría
contra el cielo, mientras se abre paso entre espinillos. Sus muros
rugosos y ásperos descubren gruesas piedras del lugar -blancas, grises,
tomadas de un arroyo cercano- e insumidas en su espesor y entreveradas
con las marcas del encofrado. El cielo y la montaña traspasan esa masa
de roca artificial buscando su interior, a través de las generosas
aberturas por las que éste se asoma al mundo serrano.


Las duras texturas murales vibran cuando son superpuestas por la
apertura de los bastidores corredizos de metal que protegen esos
ventanales.La casa tiene un ingreso casi secreto, a la manera
wrightiana, oculto en la vegetación natural que se derrama visualmente
cuesta abajo cuando se asciende por el camino de acceso, cercana al
muro de granito rojo que protege un estacionamiento apergolado.


Su borde configura una ventana virtual con el extremo sudeste de la
casa -el que alberga en su interior un estudio- enmarcando el fondo
granítico de valle que se extiende al sudoeste, enfrentándose a las
lejanas Sierras Grandes.Ha sido sólo un instante de mirada, un pulso
visual que descubre el ingreso al girar a la derecha, mientras que
traspuesto el cuerpo granítico del asador, el camino de tablas de
madera se expande espacialmente en la terraza contigua, fundiéndose con
los 1800 del arco panorámico noreste-sudeste. El otro extremo de esta
roca sobre el monte contiene el dormitorio principal cuya ventana se
abre sobre un escenario distinto, apresado entre dos placas del
hormigón pétreo.


El interior es austero y simple: un paralelepípedo espacial nítidamente
delimitado alberga el área de estar y comedor-cocina, cuyo centro está
puntuado con el hogar de acero pulido que la divide. Este lugar se
expande transversalmente hacia afuera en dos terrazas, planas, delgadas
y flotantes, sobre la naturaleza envolvente, sostenidas por el ramaje
metálico de una estructura de apoyo vista, análogo al de los arbustos
con que se mixtura.Tanto despojamiento está adjetivado por pequeños
gestos minimales de la materia, y fundamentalmente enjoyado por el
espléndido panorama que capturan los ventanales. De este modo el
paisaje se incorpora al interior de la casa, habitándola.


Por el ventanal sudoeste asoman en la tarde el rojo, amarillo y los
morados del valle arropándose en el crepúsculo, y desde el extremo del
deck que lo prolonga se desciende al monte por una pequeña escalera.
Mirando hacia la casa, ésta semeja dos edificios paralelos,
contrastantes entre sí, desfasándose en un solo conjunto: la masa
grisácea del hormigón ciclópeo de la casa se opone como fondo al
constructo de muros, planos y volúmenes de granito rojizo -lejana
referencia de la Iglesia Parroquial que es apertura del camino cerrado
por la casa-, envolvente del estacionamiento y del espacio del asador.


Esta figura compositiva, más compleja de la obra, actúa como interfase
separatriz del monte inmediato y de las sierras que son su fondo, y
éstas a su vez, del trasfondo del azul denso del cielo y de la colorida
aurora serrana.Casa-panorama, casa-paisaje, el manejo magistral de su
ubicación en el suelo y de éste sobre el edificio -producto de tres
estudiados proyectos- la ha convertido en una capturadora de un Paisaje
y a su vez ha permitido que éste la aprese -recreando todo su contexto
de monte y montaña, a la que se semeja matéricamente y de la que se
separa geométricamente-. Este mutuo respeto de identidades, en un
programa de economía de medios y costos, es otro de los muchos valores
de la casa, aunque tal vez el mayor sea la calidad de vida que crea
para sus habitantes: la libre apropiación del espacio con los objetos
disponibles y amados, el disfrute sereno de la continua inmersión en la
naturaleza; el silencio y su mixtura con las voces de familiares y
amigos compartiendo instantes de la vida.


Se trata de una posibilidad impagable que aún se puede permitir una
arquitectura como esta, apropiada a un lugar que tiene la potencia de
suscitar esas cualidades en diseñadores sensibles a las mismas. Es
notable el procedimiento proyectual que implica tomar intuitivamente
las estructuras y tensiones de las consociaciones naturales que rodean
la casa, y transferirlas para crear ese mundo de coherencia que no sólo
une lo diverso -artificial y natural- sin pretender fusión sino armonía
y contrapunto, recomponiendo una nueva imagen en una obra total que
implanta en la naturaleza una arquitectura que es su metáfora
antropogeográfica.

Por eso es un ejemplo de arquitectura apropiada a un lugar, que no es
su mímesis ni epigonismo de otros creativos que han explorado semejante
desafío de diseño: estos arquitectos cordobeses hacen emerger y
desarrollar el germen oculto en el útero de una naturaleza casi
intocada, revirtiendo una cierta historia proyectual que aún no puede
entender la diferencia que hay entre construir sobre un terreno rodeado
de geografía pintoresca y construir con el Paisaje una mutua exaltación
con poco gestos y ninguna grandilocuencia proyectual.


REVISTA SUMMA+

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